Picasso y la ermita “chiquita”

Si tienes un objetivo, apunta alto. “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”, como dijo el maestro Yoda a su imberbe discípulo Luke. Su traducción castiza vendría a ser “pa’ qué las hostias”, que es lo que pensaron en Hospitalet de Llobregat hace 60 años a la hora de reformar la antigua ermita de Bellvitge, una joya patrimonial del siglo XIII atrapada en una telaraña de bloques de pisos y carreteras. “La iglesia es chiquita. Y bonita. Campesina”. Así describe Salvador Paredes esta ermita declarada Bien de interés local en una crónica del 8 de julio de 1960 en el diario Solidaridad Nacional.

La reforma era un plan ambicioso que aunó a la élite local y a los principales agentes sociales de la época, preocupados por salvar una construcción medieval en una ciudad carente de huellas históricas tan antiguas -una aseveración muy discutible- y angustiados por la pérdida de la identidad local ante la gran oleada de inmigrantes procedentes del resto de España que se iban instalando en la ciudad. “Conservar lo que nos dejaron los abuelos”, sostenían los impulsores.

El paso del tiempo, la guerra civil y la desidia de las autoridades habían hecho mella en la ermita, que en el año 1960, cuando se emprende el proyecto de reforma, presentaba un estado “deplorable”, tal y como se puede leer en los informes de la época. Era necesario tomar cartas en el asunto, y los responsables de la reforma decidieron poner en marcha colectas en mercados y organizar una exposición/subasta de obras de arte para recaudar fondos. Y en esas que al alcalde de la ciudad, Ramon Solanich, no se le ocurrió otra cosa que pedirle un dibujo nada más y nada menos que a Pablo Ruiz Picasso. Un Picasso, a todo esto, símbolo del exilio, miembro del Partido Comunista, enemigo público del franquismo y, al menos de cara a la galería, ateo confeso. 

Sí. En Hospitalet podemos decir que un alcalde de la dictadura pidió ayuda a un exiliado comunista comecuras para reconstruir una ermita. “Perdone si con nuestra osadía nos hemos atrevido a llegar tan alto y a hacerle semejante petición”. ¿Osadía? ¿Desfachatez? ¿Jeta? Analicemos qué se esconde detrás de esta proposición. Al lío.

“Sr. Pau Ruiz Picasso”

La proposición le llegaría a Picasso en forma de carta, con fecha de 3 de noviembre de 1960 y firmada por el alcalde de Hospitalet y presidente honorario del recientemente creado Patronato de reconstrucción de la ermita, Ramon Solanich. Y decimos que le llegaría porque, a diferencia de otros artistas que aceptaron el encargo o bien, al menos, dieron acuse de recibo, de Picasso no se guarda ningún documento que certifique que la misiva llegó a sus manos. Lo que no quiere decir, necesariamente, que no la recibiera realmente.

“Los que formamos el núcleo más antiguo pretendemos, al conservar aquello que nos dejaron nuestros abuelos, dar una consistencia ciudadana y una continuidad a nuestro pueblo”, escribió el alcalde Solanich

Dicha carta forma parte del fondo relativo a la ermita de Bellvitge que se guarda en el Archivo Municipal de L’Hospitalet, junto con otra información relacionada con la reforma del templo. Pero antes de hablar de la rehabilitación de la pequeña iglesia, sigamos con la carta de marras. En la misma, en las dos versiones castellana y catalana -lengua esta que el artista malagueño entendería perfectamente por haber vivido en la capital catalana en sus años mozos-, Solanich informa a Pau [sic] Ruiz Picasso -nótese el ‘Pau’-, que las fuerzas vivas de la ciudad se han puesto manos a la obra para restaurar “uno de los pocos edificios antiguos […] que quedan en esta ciudad otrora convulsionada por las luchas sociales y que de 30.000 habitantes que tenía en el año 36, se ha convertido en una urbe de más de 120.000” (la traducción del catalán, idioma en que está escrita la carta consultada, al castellano es nuestra).

De este fragmento se extraen dos cuestiones significativas. Por un lado, la referencia a las tensiones o “luchas políticas”, como dice Solanich, que afectaron a la ciudad a lo largo de los años 30 -como la proclamación del comunismo libertario en 1933, la quema de iglesias tras el golpe de estado de 1936 o la posterior represión franquista- y, por otro, la aseveración de que la ciudad estaba creciendo apresuradamente. Seguidamente el alcalde Solanich recuerda que el municipio es poco más que un crisol de procedencias ibéricas. “Los que formamos el núcleo más antiguo pretendemos, al conservar aquello que nos dejaron nuestros abuelos, dar una consistencia ciudadana y una continuidad a nuestro pueblo”, añade en referencia a la ermita, lugar de peregrinación tradicional y destino de romerías y celebraciones a lo largo de los siglos.

No lo hagas por mí, ni por Dios: hazlo por ellos

Tamaño objetivo requería ambición, y de aquí que apuntasen alto y le pidieran al maestro Picasso “un dibujo”. “Con su ayuda contribuirá a realizar una obra digna”, implora la carta a Picasso. Solanich era osado, pero no idiota. En ningún fragmento de la carta hace referencia a la devoción que profesan los vecinos antiguos de la ciudad a la ermita de Bellvitge. No hay referencias religiosas ni llamamientos piadosos. No se le pide a Picasso que colabore a mayor gloria de Dios. Y eso que en el Patronato de reconstrucción estaba presente la Iglesia, a través del rector de la parroquia de Santa Eulalia de Mérida, mossèn Josep Homar, a la postre presidente del Patronato y de quien dependía la ermita. Y con el detalle no menos importante de la preponderancia del nacionalcatolicismo, ideología de estado que mantenía la unidad de acción entre el franquismo y la Iglesia. En este sentido, tras la guerra el gobierno de la dictadura y el estamento eclesiástico sumaron esfuerzos para acometer la reconstrucción de decenas de templos destruidos por los revolucionarios, en un movimiento buscadamente mediático y que se llevó a cabo, en algún caso, con el trabajo forzoso de presos políticos republicanos -como es el caso de la reconstrucción de la iglesia de Santa María de Cornellà.

Volviendo a Bellvitge, por “obra digna” Solanich se refiere a hacer ciudad. A cohesionar un municipio con una mayoría de vecinos que o bien llevan pocos años en él o acaban de llegar con lo puesto. Y si no se conoce el lugar donde vives, es más difícil amarlo y valorarlo. Solanich le pide al genio malagueño que dibuje algo para la exposición que ayude a recoger fondos para reconstruir la ermita, y que así los “hospitalenses nuevos se sientan orgullosos de su ciudad de adopción, y por consecuencia se adapten con más facilidad”. La ermita era importante para los autóctonos, que tenían la voluntad de que esa devoción se hiciera extensiva a los recién llegados.

Obras en la Rambla Just Oliveras a finales de los años 70. El crecimiento de la ciudad había sido exponencial los últimos años, y aún crecería más hasta llegar a los casi 300.000 habitantes en los 80 / Cedida del fondo personal de Artur Navarro y Maria Canudas

Primando el valor social, histórico y patrimonial por encima del significado religioso se está adaptando el mensaje al receptor -aunque no estamos hablando, precisamente, de políticos que se preocupasen excesivamente por el patrimonio arquitectónico; bueno, bien mirado, ni los actuales en democracia se preocupan. Y es que Picasso era un referente del exilio español en Francia, donde vivía desde principios de siglo. Era, además, el autor del Guernica, el cuadro que recuerda el terrible bombardeo nazi de la ciudad vasca en 1937, en plena guerra civil; y en 1944 anunció que se había afiliado al Partido Comunista. Por entre medio, había tenido vínculos con la resistencia francesa.

Y luego estaba la cuestión religiosa. Picasso alardeaba de haber renunciado a sus raíces cristianas a una temprana edad; aunque según contó Jacqueline Roque, su última mujer, a John Richardson, amigo y biógrafo del genio, era más católico que el Papa. Fuera cierto o no, algunas de sus obras destilan simbología cristiana, como es el caso de La Crucifixión.

¿Por qué Picasso?

Hay que decir que Pablo Picasso no fue el único artista interpelado para colaborar en la reconstrucción de la ermita de Bellvitge. Se conservan listas en el Archivo Municipal de L’Hospitalet con nombres de personalidades que pusieron su granito de arena en favor del templo. Sin ir más lejos, aparece el nombre de Salvador Dalí en un documento titulado ‘Relación de artistas a los que se han mandado impresos de Bellvitge’, sin especificar si se le envió una petición similar a la de Picasso -si fue el caso, cosa que no podemos descartar, la hipotética misiva no se conserva en el fondo documental de la ermita- o bien simplemente se le informó sobre las intenciones del Patronato para con la ermita.

Pero la pregunta es por qué un ayuntamiento franquista decide pedir ayuda a un comunista y ateo confeso para restaurar una ermita. Máxime teniendo aún en la retina la experiencia de quema de iglesias en la retaguardia republicana tras el golpe de estado faccioso del 18 de julio del 1936. Primero de todo, y antes de responder a esta incógnita, hay que destacar que la idea de celebrar una exposición se gestó en febrero de 1960, nueve meses antes del envío de la carta a Picasso. Así lo decidió el Patronato de reconstrucción, que se había creado en marzo de 1959, un año antes, y estaba formado por el alcalde Solanich, mossèn Homar y otros prohombres de la ciudad como Luis Layola, de la Hermandad de Labradores y uno de los personajes con más poder del momento, Francesc Marcé, Óscar Moltó -delegado local de Información y Turismo- y Dionisio Estruch -en representación del Casino Nacional-, entre otros. El proyecto de remodelación lo llevó a cabo el arquitecto Manuel Puig. 

¿Y quién era el alcalde Solanich, autor de la carta? ¿Cómo encaja su historia vital en estos hechos? Ramon Solanich, médico de profesión, procedía de la élite económica de la ciudad y estaba vinculado a la fábrica Tecla Sala -era sobrino de la dueña-. Su mandato comenzó en 1956 y finalizó en 1962, cuando fue relevado por José Matías de España i Muntadas, el gran artífice del boom inmobiliario y especulativo hospitalense. Pero esa es otra historia. Bajo el mandato de Solanich, Hospitalet atrajo mucha inversión privada y se renovaron y crearon infraestructuras al amparo del Plan Comarcal, que definía las principales arterias de comunicación de la Gran Barcelona. A Solanich, además, le tocó lidiar con los primeros compases de la explosión migratoria y con numerosas huelgas de obreros que exigían mejores condiciones laborales en un contexto de incremento de los beneficios empresariales, en lo que fue el preludio de la época del desarrollismo. Solanich, además, fue designado diputado en Madrid en 1961 y estuvo vinculado a la Fundación Francisco Franco.

La decisión de pedirle a Picasso un dibujo seguramente respondía a la tremenda popularidad del personaje, considerado el mejor pintor español

Volviendo a la deseada remodelación de la ermita, no sabemos cómo surgió la idea de picar a la puerta de Picasso; si hubo debate o bien fue una decisión consensuada en la junta del Patronato. Sí que podemos confirmar que la exposición artística, que se instaló en las Galerías Syra del Paseo de Gracia de Barcelona -regentadas por la hospitalense Montserrat Ysern, la cual actuaría de “embajadora” ante Picasso-, abrió sus puertas del 27 de diciembre de 1960 al 12 de enero de 1961, y que la proposición a Picasso se efectuó el 3 de noviembre. Entre que la carta salía de Hospitalet y llegaba a París pasarían aún más días, por lo que el autor del Guernica seguramente recibió la misiva a mediados o finales de noviembre, a tan solo un mes de la exposición. Unos márgenes muy justos para hacer una petición de ese calado, ya que Picasso, por aquel entonces, estaba en el cenit de su popularidad mundial. ¿Se trató de una propuesta desesperada para salvar la exposición y conseguir una buena suma de dinero? Sin ánimo de menospreciar, cualquier garabato que Picasso hubiera dibujado en cualquier superficie se hubiera pagado a precio de oro. Y eso lo sabían en Hospitalet.

Al fin y al cabo, la decisión de pedirle a Picasso un dibujo respondía a la propia popularidad del genio, considerado el mejor pintor español. Coincide que en el verano de ese mismo año un amigo personal del malagueño, Jaume Sabartés, había llegado a un acuerdo con el Ayuntamiento de Barcelona para abrir el Museo Picasso en la capital catalana. De ahí que Solanich, en su carta, destaque la estrecha vinculación de Picasso con Barcelona, y recuerde que está previsto la apertura de un “museo exclusivo” para sus obras. Un museo inaugurado finalmente en 1963 y que, a día de hoy, es una de las principales atracciones turísticas de la ciudad condal. Por todo ello, no es disparatado pensar que los miembros del Patronato valoraran la calidad artística de Picasso por encima de sus ideales políticos.

De hecho, en la exposición hubo obras de diversos artistas del momento, como Pedro Pruna, Emilio Ferrer, Mestres Cabanas, Amadeo Fontanet, Hurtuna, Tharrats, Jaume Mercader o Florensa. Y eso no quería decir, per se, que fueran afectos al régimen.

Franco cabalgando a un cerdo

Es más, Picasso, en 1937, en plena guerra civil, había publicado Sueño y Mentira de Franco, una serie de viñetas en las que se representa al dictador vestido de cortesana, a lomos de un cerdo y echando serpientes como pedos. “En ellas está claramente expresada mi opinión sobre la casta militar que ha hundido a España en el dolor y la muerte”, declaró entonces el artista malagueño a la prensa, pese a la tradición militar y católica de su familia. Algo que no le perdonarían nunca los esbirros del régimen, como los Guerrilleros de Cristo Rey, que en 1971 protagonizaron una serie de atentados en Madrid en contra de su figura y lo tildaron de “proxeneta” y “pornógrafo”.

No obstante, los gobiernos tecnócratas de la dictadura, rendidos ante la evidencia y la popularidad del pintor, y convencidos de que necesitaban separar las facetas personal y política de la artística -¿Hasta qué punto es eso posible?-, intentaron rentabilizar la figura de Picasso para dar una imagen positiva de España en el extranjero. Hasta se le nombró académico de honor de la de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De ahí que se entienda por qué Hospitalet pidió su ayuda. Y por qué, seguramente, a Picasso no le sorprendió la propuesta de Solanich. 

Sin embargo, Picasso siempre se mantuvo en sus trece de no pisar España -al menos él, no así sus obras de arte- hasta que Franco estuviera bajo tierra. Finalmente no pudo ser, puesto que el artista falleció en 1973, dos años antes que el dictador. 

57.000 pesetas para la ermita

Según consta en los documentos de liquidación de la galería, en la subasta posterior a la exposición se vendieron 76 obras de arte por valor de 65.000 pesetas, de las que 47.000 quedaron limpias para los organizadores de la muestra. El Patronato también vendió por su cuenta más dibujos, por los que recaudó 10.000 pesetas más. Total: 57.000 pesetas para la reconstrucción de la ermita de Bellvitge. En los albaranes con las obras subastadas -que partían de un precio de 250 pesetas- no aparece ninguna del genio del cubismo. La única huella del mismo sigue siendo una carta que vincula al pintor andaluz con una ermita “chiquita y bonita, campesina”, como la describió el periodista Salvador Paredes.

Para saber más:

RICHARDSON, John; Picasso: una biografía, Alianza Editorial, 1995

SANTACANA, Carles; Victoriosos i derrotats. El franquisme a l’Hospitalet, Publicacions Abadia de Montserrat, 1994

VALCÁRCEL, Antonio; Ermita de Bellvitge, ayer y hoy (del siglo XI al XIX): recopilación de documentos y datos, Printulibro, 2011

VVAA; Història de l’Hospitalet: una síntesi del passat com a eina de futur, Centre d’Estudis de l’Hospitalet, 1997

Blog Bellvitge50: http://bellvitge2015.blogspot.com/2012/07/la-ermita-de-bellvitge.html

Blog Bellvitgejosé: http://bellvitgejose.blogspot.com/2009/01/15-dice-la-leyenda.html

Deja un comentario